Me centraré en el Congreso, porque básicamente es la cámara más importante, y la que (en teoría) contiene la mayor parte del poder soberano del pueblo español.
Si leemos los datos oficiales del Ministerio del Interior aquí, vemos que el reparto de Diputados es como sigue: PP (186), PSOE (110), CiU (16), IU-LV (11), AMAIUR (7), UPyD (5), EAJ-PNV (5), ESQUERRA (3), BNG (2), CC-NC-PNC (2), COMPROMÍS-Q (1), FAC (1) Y GBAI (1). Estos son los datos destacados porque básicamente son los que valen a la hora de la verdad, y los que nos dicen que el Partido Popular goza de una representación amplísima, que supera con creces el límite de la mayoría absoluta (que está en 176, la mitad más uno de los 350 Diputados que conforman el hemiciclo en virtud de la Ley Electoral General). Pero claro, a uno se le va la vista a las columnas de al lado (las del número de votos y su porcentaje con respecto al total), y entonces es cuando la cosa se pone rara, porque a poco que uno sea avispado, le comienzan a rechinar los número: ¿Cómo se consigue una mayoría absoluta con menos de la mitad (el 44,62%) de los votos emitidos? ¿Por qué el PSOE en 2008 se tuvo que conformar con 169 Diputados (lejos de esa mayoría absoluta tan preciada) si obtuvo entonces el 43,87%, menos de un punto por debajo del resultado actual del PP? ¿Por qué CiU tiene tantos Diputados como Izquierda Unida y UPyD juntos, cuando las dos últimas formaciones tienen cada una de ellas más votos que la primera? ¿Por qué Equo no ha obtenido ningún Diputado con sus más de 200.000 votos, mientras que su filial valenciana (dentro de la coalición “Compromís”) sí lo obtiene con tan solo 125.000? ¿Cómo ha pasado Izquierda Unida de 2 a 11 Diputados (cinco veces más) si sólo ha aumentado de un 3,77 a un 6,92% de los votos (menos del doble)?
Reparto proporcional
De todas esas aparentes incongruencias es de donde parte el sentimiento de que el sistema es injusto y de que no todos los votos valen lo mismo. Pero, ¿qué es lo que pasa realmente? Lo primero que se nos puede pasar por la cabeza es hacer un reparto estrictamente proporcional de los 350 Diputados en relación al porcentaje de voto, aplicando un redondeo típico (hasta el X,50 se redondea para arriba, a X+1, y menos del X’50 hacia abajo, a X), y la tarta queda de una forma muy distinta:
Y después habría otras 7 fuerzas políticas (PACMA, FAC, EB, PA, PxC, PR+C y PUM+J) que obtendrían 1 Diputado cada una. Total, un follón de 19 formaciones, algunas de las cuales con una representación minúscula. Además, en virtud del redondeo, quedarían otros 7 Diputados sin asignar, que a saber qué podemos hacer con ellos. Pero al margen de esto (sobre lo que volveré más adelante), lo que más canta es que el PP tiene en la realidad 30 Diputados más de los que le corresponderían utilizando este sistema proporcional, el PSOE sólo 8 más, IU 13 menos y UPyD 11 menos. Además, hay un montón de partidos que por porcentaje de votos parecería que deberían tener algún Diputado y en la realidad se han quedado fuera. Así a bote pronto se diría que el PP, como una masa devoradora de película de serie B, ha fagocitado los Diputados de IU y UPyD, y que de postre se ha zampado los de un puñado de pequeños partidos.
La culpa de todo la tiene D’Hont… ¿o no?
En el subconsciente colectivo se ha filtrado la idea de que esta distorsión es culpa de una tal Ley D’Hont. Parece una buena víctima: tiene un nombre raro y nadie sabe de qué va exactamente. Pero no es tan así.
La Ley D’Hont es el nombre que se le da a un sistema de reparto de los escaños disponibles en una circunscripción entre los votos obtenidos por cada partido. No es de por sí ni más ni menos malo que cualquier otro sistema de reparto, y además, corrige las dos pegas que se presentaron cuando hicimos aquello del reparto proporcional: que nos sobren Diputados y que haya trepecientos partidos pequeñitos pululando por ahí. La clave es fijar lo que se llama “listón”, es decir, el porcentaje de votos por debajo del cual no se tiene en cuenta a un partido por considerarlo “no representativo”. Entre los que pasen esa “nota de corte”, los escaños se reparten de una forma en la que los partidos más votados aparecen un poco beneficiados, pero no tanto como en principio puede parecer. Y desde luego, no explica otras distorsiones extrañas.
Para verlo claro, haciendo un simulacro de reparto por H’Dont, con los datos del número de votos extraídos de la web del Ministerio antes señalada, y utilizando una herramienta que he encontrado aquí, se obtienen los siguientes resultados:
Aclaro que la citada herramienta sólo admite calcular el reparto entre 10 partidos, lo que en la situación actual equivale a fijar un “listón” del 0,75% (el porcentaje de votos del décimo partido más votado, el Bloque Nacionalista Gallego). Pero bueno, como hemos visto, en algún sitio hay que poner el corte. Si aumentamos este listón hasta el 1%, nos quitamos más partidos y la cosa se quedaría así:
Y si seguimos jugando con esta herramienta y subimos hasta el 3% (que es el listón actual en las circunscripciones provinciales), el experimento adquiere esta forma:
Como se puede ver, a medida que subimos el listón, lógicamente baja el número de partidos que lo superan, y los Diputados que van sobrando los van asimilando los que quedan, aunque se percibe que los partidos más votados tienen más apetito y se meriendan más Diputados. Es como un premio por haber sido los preferidos por el público. Con todo y con eso, el Partido Popular no alcanza la mayoría absoluta hasta que no subimos el listón hasta el 3% y dejamos el Congreso con sólo cinco partidos, y aún así la alcanza justita. Además, y esto es lo más importante, en todo momento los partidos con más votos tienen más escaños, e incluso en ese último escenario de 5 partidos, las fuerzas políticas pequeñas de ámbito nacional (IU y UPyD) quedan por encima del único partido regional que aguanta el envite: CiU.
La circunscripción provincial
A estas alturas de la película seguimos sin responder a la mayoría de las dudas existenciales que nos planteábamos al principio. ¿Dónde está la clave?
Pues está en que hasta ahora todos los cálculos y repartos los hemos hecho sobre el total de votos a nivel nacional, y se nos ha olvidado el pequeño detalle de que la circunscripción electoral para las Elecciones Generales (tanto para el Congreso como para el Senado) es la Provincia.
Y esto no es culpa (sólo) de la Ley Electoral. La circunscripción electoral está establecida así en la Constitución. De forma que cuando vamos a votar todos tan contentos (y no es para menos, la Democracia es algo maravilloso) pensando en que estamos votando a los señores con barba esos que salen en la tele y en los carteles, en realidad no es así: estamos dando nuestro voto a los Diputados y Senadores que se presentan por nuestra Provincia. Cada Provincia tiene un número de Diputados y Senadores asignados más o menos según la población, y ese número es el que se tiene en cuenta (junto con el listón antes comentado del 3%) para repartir los votos emitidos en la correspondiente Provincia.
Tomando por ejemplo mi Provincia, Almería, aquí elegimos un total de 6 Diputados al Congreso. Según la citada fuente de Interior, ayer 179.881 paisanos míos votaron al PP (un 57,73%), 92.736 al PSOE (29,76%), 16.384 a IU (5,25%) y 12.180 a UPyD (3,90%). El resto no llegaron al listón del 3%. Aplicando la Ley D’Hont, 4 Diputados corresponden al PP y los otros 2 al PSOE. Teniendo en cuenta que el PP se ha acercado al 60% de los votos y el PSOE se ha quedado cerca del 30%, no parece un mal reparto. De hecho, si hacemos el reparto proporcional, sale justo el mismo resultado, no llegando ni IU ni UPyD a un porcentaje que le permitiera adjudicarse ningún Diputado, por mucho que se redondeara al alza.
La cosa es… ¿qué pasa con todos los votos que en cada provincia no llegan a ser suficientes para adjudicar un Diputado? Pues nada, se pierden. No se suman de ninguna manera al resto de votos emitidos a favor de ese partido a nivel global.
Por ejemplo, UPyD ha obtenido 5 Diputados, todos ellos en Madrid y Valencia. Los votantes de UPyD del resto de provincias no han contribuido para nada a esos escaños. Para nada. Es como si se hubieran quedado en su casa en vez de ir a votar.
Esa circunstancia, unida a que el efecto “masa devoradora” de los partidos grandes se amplifica al aplicar los repartos provincialmente, es la que explica por una parte que en hemiciclo con 13 fuerzas políticas al PP le haya bastado con un 44% de los votos para alcanzar la cifra histórica de 186 Diputados, y por otro, que determinadas formaciones como CiU vean sobredimensionada su representación. Básicamente, si un partido es suficientemente fuerte en unas cuantas provincias (e incluso en una sola), eso le bastará para raspar unos cuantos Diputados, independientemente de su porcentaje de votos a nivel nacional. Así se explican cosas cómo que GBAI, con tan solo 42.411 votos (un 0,17% del total nacional, osea, una minucia), tenga un Diputado, mientras que Equo, con 215.776 (0,88%, que no es que sea mucho, pero más que GBAI), se haya ido de vacío, consolándose sólo con el Diputado obtenido en coalición por Valencia. Aquí al menos, el sistema les ha dado un premio de consolación.
Votos en blanco
Ya hemos visto que la principal culpable de las cosas raras que vemos al comparar el número de escaños con los porcentajes de voto es la circunscripción electoral provincial, y que la infame ley D’Hont sólo contribuye un poquito al embrollo. ¿Qué pasa entonces con otro de los temas recurrentes en la tertulias improvisadas que comentaba? Me refiero al valor del voto en blanco.
A mí de pequeño me enseñaron que el voto en blanco representaba la opinión de aquel que, estando a favor del sistema democrático, quería expresar su desafectación con cualquiera de las opciones políticas presentadas. En contra de la abstención, que venía a expresar el descontento o desinterés por el sistema en sí. Claro que yo nací cuando el “tite Paco” aún respiraba, y viví (de segunda mano, pero viví) la ilusión por el nuevo régimen. Tal vez por eso siempre he votado en todas las elecciones a las que me he podido presentar, aunque a veces, llevado por esa máxima que aprendí, he votado en blanco.
El voto en blanco está rodeado de mala fama y bastante desinformación. Se dice que favorece a los partidos mayoritarios, e incluso he llegado a oir en varias ocasiones que los votos en blanco se asignan automáticamente al partido más votado. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Pues sólo una parte.
A ver, lo que no es cierto de ninguna manera es que los votos en blanco se sumen a la opción más votada. Ni a las dos más votadas, ni nada de eso. ¿Favorece a los “grandes” el voto en blanco? Pues sí, pero por un motivo: porque el voto en blanco, al contrario que el nulo o que la abstención, sí computa como voto válido, por lo cual, cuenta a la hora de ver qué partidos alcanzan el porcentaje de votos “de listón”. Con lo cual, un alto número de votos en blanco en una circunscripción puede hacer que algunos partidos pequeños se queden fuera del recuento, mientras que si esos votos en blanco hubieran sido nulos, o abstenciones, sí podrían haber llegado a ese 3% de votos que les permitiera entrar en el juego.
Por tanto, el voto en blanco, aunque no de la forma en la que se suele creer, sí es un elemento más de distorsión en todo este embrollo electoral. Y es una asignatura más a remendar en el sistema, porque teniendo una base teórica que lo justifica, y estando como está contemplado en el sistema (se recuenta como voto válido), no cumple para nada con la función de representar la voluntad de quien lo emite, y no sólo no sirve para nada, sino que incluso influye en favorecer a los que más se pretende reprender con su emisión.
Si leemos los datos oficiales del Ministerio del Interior aquí, vemos que el reparto de Diputados es como sigue: PP (186), PSOE (110), CiU (16), IU-LV (11), AMAIUR (7), UPyD (5), EAJ-PNV (5), ESQUERRA (3), BNG (2), CC-NC-PNC (2), COMPROMÍS-Q (1), FAC (1) Y GBAI (1). Estos son los datos destacados porque básicamente son los que valen a la hora de la verdad, y los que nos dicen que el Partido Popular goza de una representación amplísima, que supera con creces el límite de la mayoría absoluta (que está en 176, la mitad más uno de los 350 Diputados que conforman el hemiciclo en virtud de la Ley Electoral General). Pero claro, a uno se le va la vista a las columnas de al lado (las del número de votos y su porcentaje con respecto al total), y entonces es cuando la cosa se pone rara, porque a poco que uno sea avispado, le comienzan a rechinar los número: ¿Cómo se consigue una mayoría absoluta con menos de la mitad (el 44,62%) de los votos emitidos? ¿Por qué el PSOE en 2008 se tuvo que conformar con 169 Diputados (lejos de esa mayoría absoluta tan preciada) si obtuvo entonces el 43,87%, menos de un punto por debajo del resultado actual del PP? ¿Por qué CiU tiene tantos Diputados como Izquierda Unida y UPyD juntos, cuando las dos últimas formaciones tienen cada una de ellas más votos que la primera? ¿Por qué Equo no ha obtenido ningún Diputado con sus más de 200.000 votos, mientras que su filial valenciana (dentro de la coalición “Compromís”) sí lo obtiene con tan solo 125.000? ¿Cómo ha pasado Izquierda Unida de 2 a 11 Diputados (cinco veces más) si sólo ha aumentado de un 3,77 a un 6,92% de los votos (menos del doble)?
Reparto proporcional
De todas esas aparentes incongruencias es de donde parte el sentimiento de que el sistema es injusto y de que no todos los votos valen lo mismo. Pero, ¿qué es lo que pasa realmente? Lo primero que se nos puede pasar por la cabeza es hacer un reparto estrictamente proporcional de los 350 Diputados en relación al porcentaje de voto, aplicando un redondeo típico (hasta el X,50 se redondea para arriba, a X+1, y menos del X’50 hacia abajo, a X), y la tarta queda de una forma muy distinta:
Partido | Porcentaje | Diputados |
PP | 44,62 | 156 |
PSOE | 28,73 | 101 |
IU | 6,92 | 24 |
UPyD | 4,69 | 16 |
CiU | 4,17 | 15 |
AMAIUR | 1,37 | 5 |
PNV | 1,33 | 5 |
ESQUERRA | 1,05 | 4 |
EQUO | 0,88 | 3 |
BNG | 0,75 | 3 |
CC | 0,59 | 2 |
COMPROMÍS | 0,51 | 2 |
Y después habría otras 7 fuerzas políticas (PACMA, FAC, EB, PA, PxC, PR+C y PUM+J) que obtendrían 1 Diputado cada una. Total, un follón de 19 formaciones, algunas de las cuales con una representación minúscula. Además, en virtud del redondeo, quedarían otros 7 Diputados sin asignar, que a saber qué podemos hacer con ellos. Pero al margen de esto (sobre lo que volveré más adelante), lo que más canta es que el PP tiene en la realidad 30 Diputados más de los que le corresponderían utilizando este sistema proporcional, el PSOE sólo 8 más, IU 13 menos y UPyD 11 menos. Además, hay un montón de partidos que por porcentaje de votos parecería que deberían tener algún Diputado y en la realidad se han quedado fuera. Así a bote pronto se diría que el PP, como una masa devoradora de película de serie B, ha fagocitado los Diputados de IU y UPyD, y que de postre se ha zampado los de un puñado de pequeños partidos.
La culpa de todo la tiene D’Hont… ¿o no?
En el subconsciente colectivo se ha filtrado la idea de que esta distorsión es culpa de una tal Ley D’Hont. Parece una buena víctima: tiene un nombre raro y nadie sabe de qué va exactamente. Pero no es tan así.
La Ley D’Hont es el nombre que se le da a un sistema de reparto de los escaños disponibles en una circunscripción entre los votos obtenidos por cada partido. No es de por sí ni más ni menos malo que cualquier otro sistema de reparto, y además, corrige las dos pegas que se presentaron cuando hicimos aquello del reparto proporcional: que nos sobren Diputados y que haya trepecientos partidos pequeñitos pululando por ahí. La clave es fijar lo que se llama “listón”, es decir, el porcentaje de votos por debajo del cual no se tiene en cuenta a un partido por considerarlo “no representativo”. Entre los que pasen esa “nota de corte”, los escaños se reparten de una forma en la que los partidos más votados aparecen un poco beneficiados, pero no tanto como en principio puede parecer. Y desde luego, no explica otras distorsiones extrañas.
Para verlo claro, haciendo un simulacro de reparto por H’Dont, con los datos del número de votos extraídos de la web del Ministerio antes señalada, y utilizando una herramienta que he encontrado aquí, se obtienen los siguientes resultados:
PP | 167 |
PSOE | 107 |
IU | 26 |
UPyD | 17 |
CiU | 15 |
AMAIUR | 5 |
PNV | 5 |
ESQUERRA | 3 |
EQUO | 3 |
BNG | 2 |
Aclaro que la citada herramienta sólo admite calcular el reparto entre 10 partidos, lo que en la situación actual equivale a fijar un “listón” del 0,75% (el porcentaje de votos del décimo partido más votado, el Bloque Nacionalista Gallego). Pero bueno, como hemos visto, en algún sitio hay que poner el corte. Si aumentamos este listón hasta el 1%, nos quitamos más partidos y la cosa se quedaría así:
PP | 169 |
PSOE | 109 |
IU | 26 |
UPyD | 17 |
CiU | 15 |
AMAIUR | 5 |
PNV | 5 |
ESQUERRA | 4 |
Y si seguimos jugando con esta herramienta y subimos hasta el 3% (que es el listón actual en las circunscripciones provinciales), el experimento adquiere esta forma:
PP | 176 |
PSOE | 113 |
IU | 27 |
UPyD | 18 |
CiU | 16 |
Como se puede ver, a medida que subimos el listón, lógicamente baja el número de partidos que lo superan, y los Diputados que van sobrando los van asimilando los que quedan, aunque se percibe que los partidos más votados tienen más apetito y se meriendan más Diputados. Es como un premio por haber sido los preferidos por el público. Con todo y con eso, el Partido Popular no alcanza la mayoría absoluta hasta que no subimos el listón hasta el 3% y dejamos el Congreso con sólo cinco partidos, y aún así la alcanza justita. Además, y esto es lo más importante, en todo momento los partidos con más votos tienen más escaños, e incluso en ese último escenario de 5 partidos, las fuerzas políticas pequeñas de ámbito nacional (IU y UPyD) quedan por encima del único partido regional que aguanta el envite: CiU.
La circunscripción provincial
A estas alturas de la película seguimos sin responder a la mayoría de las dudas existenciales que nos planteábamos al principio. ¿Dónde está la clave?
Pues está en que hasta ahora todos los cálculos y repartos los hemos hecho sobre el total de votos a nivel nacional, y se nos ha olvidado el pequeño detalle de que la circunscripción electoral para las Elecciones Generales (tanto para el Congreso como para el Senado) es la Provincia.
Y esto no es culpa (sólo) de la Ley Electoral. La circunscripción electoral está establecida así en la Constitución. De forma que cuando vamos a votar todos tan contentos (y no es para menos, la Democracia es algo maravilloso) pensando en que estamos votando a los señores con barba esos que salen en la tele y en los carteles, en realidad no es así: estamos dando nuestro voto a los Diputados y Senadores que se presentan por nuestra Provincia. Cada Provincia tiene un número de Diputados y Senadores asignados más o menos según la población, y ese número es el que se tiene en cuenta (junto con el listón antes comentado del 3%) para repartir los votos emitidos en la correspondiente Provincia.
Tomando por ejemplo mi Provincia, Almería, aquí elegimos un total de 6 Diputados al Congreso. Según la citada fuente de Interior, ayer 179.881 paisanos míos votaron al PP (un 57,73%), 92.736 al PSOE (29,76%), 16.384 a IU (5,25%) y 12.180 a UPyD (3,90%). El resto no llegaron al listón del 3%. Aplicando la Ley D’Hont, 4 Diputados corresponden al PP y los otros 2 al PSOE. Teniendo en cuenta que el PP se ha acercado al 60% de los votos y el PSOE se ha quedado cerca del 30%, no parece un mal reparto. De hecho, si hacemos el reparto proporcional, sale justo el mismo resultado, no llegando ni IU ni UPyD a un porcentaje que le permitiera adjudicarse ningún Diputado, por mucho que se redondeara al alza.
La cosa es… ¿qué pasa con todos los votos que en cada provincia no llegan a ser suficientes para adjudicar un Diputado? Pues nada, se pierden. No se suman de ninguna manera al resto de votos emitidos a favor de ese partido a nivel global.
Por ejemplo, UPyD ha obtenido 5 Diputados, todos ellos en Madrid y Valencia. Los votantes de UPyD del resto de provincias no han contribuido para nada a esos escaños. Para nada. Es como si se hubieran quedado en su casa en vez de ir a votar.
Esa circunstancia, unida a que el efecto “masa devoradora” de los partidos grandes se amplifica al aplicar los repartos provincialmente, es la que explica por una parte que en hemiciclo con 13 fuerzas políticas al PP le haya bastado con un 44% de los votos para alcanzar la cifra histórica de 186 Diputados, y por otro, que determinadas formaciones como CiU vean sobredimensionada su representación. Básicamente, si un partido es suficientemente fuerte en unas cuantas provincias (e incluso en una sola), eso le bastará para raspar unos cuantos Diputados, independientemente de su porcentaje de votos a nivel nacional. Así se explican cosas cómo que GBAI, con tan solo 42.411 votos (un 0,17% del total nacional, osea, una minucia), tenga un Diputado, mientras que Equo, con 215.776 (0,88%, que no es que sea mucho, pero más que GBAI), se haya ido de vacío, consolándose sólo con el Diputado obtenido en coalición por Valencia. Aquí al menos, el sistema les ha dado un premio de consolación.
Votos en blanco
Ya hemos visto que la principal culpable de las cosas raras que vemos al comparar el número de escaños con los porcentajes de voto es la circunscripción electoral provincial, y que la infame ley D’Hont sólo contribuye un poquito al embrollo. ¿Qué pasa entonces con otro de los temas recurrentes en la tertulias improvisadas que comentaba? Me refiero al valor del voto en blanco.
A mí de pequeño me enseñaron que el voto en blanco representaba la opinión de aquel que, estando a favor del sistema democrático, quería expresar su desafectación con cualquiera de las opciones políticas presentadas. En contra de la abstención, que venía a expresar el descontento o desinterés por el sistema en sí. Claro que yo nací cuando el “tite Paco” aún respiraba, y viví (de segunda mano, pero viví) la ilusión por el nuevo régimen. Tal vez por eso siempre he votado en todas las elecciones a las que me he podido presentar, aunque a veces, llevado por esa máxima que aprendí, he votado en blanco.
El voto en blanco está rodeado de mala fama y bastante desinformación. Se dice que favorece a los partidos mayoritarios, e incluso he llegado a oir en varias ocasiones que los votos en blanco se asignan automáticamente al partido más votado. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Pues sólo una parte.
A ver, lo que no es cierto de ninguna manera es que los votos en blanco se sumen a la opción más votada. Ni a las dos más votadas, ni nada de eso. ¿Favorece a los “grandes” el voto en blanco? Pues sí, pero por un motivo: porque el voto en blanco, al contrario que el nulo o que la abstención, sí computa como voto válido, por lo cual, cuenta a la hora de ver qué partidos alcanzan el porcentaje de votos “de listón”. Con lo cual, un alto número de votos en blanco en una circunscripción puede hacer que algunos partidos pequeños se queden fuera del recuento, mientras que si esos votos en blanco hubieran sido nulos, o abstenciones, sí podrían haber llegado a ese 3% de votos que les permitiera entrar en el juego.
Por tanto, el voto en blanco, aunque no de la forma en la que se suele creer, sí es un elemento más de distorsión en todo este embrollo electoral. Y es una asignatura más a remendar en el sistema, porque teniendo una base teórica que lo justifica, y estando como está contemplado en el sistema (se recuenta como voto válido), no cumple para nada con la función de representar la voluntad de quien lo emite, y no sólo no sirve para nada, sino que incluso influye en favorecer a los que más se pretende reprender con su emisión.
1 comentario:
Que tarea instaurar un sistema electivo cuando los que deben de gestionarlo se benefician del las debilidades del ya existente.
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